jueves, 7 de junio de 2007

EL EDICTO DE MILÁN, UN DOCUMENTO QUE CAMBIÓ EL MUNDO

Hay documentos que cambian el curso de la Historia. El Edicto de Milán es uno de ellos. Promulgado por Constantino y Licinio, augustos de Occidente y Oriente respectivamente, a principios de 313, daba la libertad de culto en el Imperio Romano y hacía especial mención al cristianismo. Esta confesión pasó entonces de estar proscrita a ser protegida por el Estado.
El edicto no sólo garantizaba el libre
ejercicio de cualquier credo. También estipulaba reparaciones jurídicas y económicas, como la devolución de los bienes arrebatados a los cristianos durante las persecuciones.
El texto decía basarse en las reflexiones de ambos augustos sobre el serv
icio que el hombre debía a la divinidad y al bienestar y la seguridad del Imperio. Constantino y Licinio confiaban en que "la deidad entronizada en los cielos" les brindara gracias y amparo a ellos y sus gobernados. La redacción del decreto había sido cuidadosa. Era lo bastante ambigua como para proclamar la nueva situación de los cristianos sin ofender a los paganos. Sin embargo, la insistencia en la religión de la cruz y la invocación a un (único) Dios celestial sugería que el Imperio había iniciado un proceso de cristianización.
El Edicto de Milán, en efecto,
fue la piedra angular en que se cimentó esta evolución. En 380,tras una serie de disposiciones y acciones en la misma línea, Roma era exclusivamente cristiana.

"Habiendo advertido hace ya mucho tiempo que no debe ser cohibida la libertad de religión, sino que ha de permitirse al arbitrio y libertad de cada cual se ejercite en las cosas divinas conforme al parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás, cuanto los cristianos, conserven la fe y observancia de su secta y religión... "...que a los cristianos y a todos los demás se conceda libre facultad de seguir la religión que a bien tengan; a fin de que quienquiera que fuere el numen divino y celestial pueda ser propicio a nosotros y a todos los que viven bajo nuestro imperio. Así, pues, hemos promulgado con saludable y rectísimo criterio esta nuestra voluntad, para que a ninguno se niegue en absoluto la licencia de seguir o e1egir la observancia y religión cristiana. Antes bien sea lícito a cada uno dedicar su alma a aquella religión que estimare convenirle".

Copias de las constituciones imperiales de Constantino
y Licinio, traducidas del latín al griego.

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